En Fuegos de amor y de guerra, Moure funde eros y memoria política en un poema-relato que avanza como crónica de sobrevivientes. Nadja —musa, utopía y “nada”— encarna el deseo que pulsa contra la Historia; el narrador, un amante lúcido, persigue la llama en medio del derrumbe colectivo. La obra articula secciones (“Los dones”, “La guerra”, “La caída”, “El pacto”, “El adiós”) que alternan lirismo, ironía y alegoría histórica, desmontando el sentimentalismo fácil y exponiendo cómo el neoliberalismo coloniza el cuerpo y el lenguaje. El montaje de referencias —Emily Dickinson, Éluard, Poe, Bachelard— no es cita ornamental: opera como polifonía para releer Chile desde una mitología íntima y política a la vez. La invención está en ese cruce: un poema narrativo que convierte la educación sentimental en arqueología de la derrota, pero también en insistencia de brasas —“esta brasita fiel como la muerte”— que rehúsan apagarse. Moure expande los límites del “poema de circunstancias” y propone un amor que no absuelve ni huye: arde, acusa y recuerda.